La voracidad ilimitada que impulsa a Max Verstappen cada vez que se sube a su monoplaza procede en gran medida de su ADN. La otra parte de la ecuación lleva la firma de Jos, su padre, cuyo paso por la Fórmula 1 se reduce a menos de cinco temporadas completas y dos podios como mejores resultados. Puede que eso sembrara en él las dudas que demostró tener cuando su hijo de cuatro años le pidió subirse por primera vez a un kart, de un amigo. Tras seis meses de lágrimas y súplicas por parte del niño, Jos accedió. “Fue en Genk, en una pista muy pequeña, y aún conservamos aquel kart, que está expuesto en la tienda en la que vendemos la ropa de Max”, rememoraba hace algún tiempo Verstappen, padre, en una entrevista concedida a la revista de Red Bull. “Recuerdo que, después de un par de vueltas, hizo toda la pista a fondo. Debido a la vibración, el carburador se cayó. Al día siguiente fuimos a comprarle un kart más grande”, añade el expiloto, cuya determinación, tozudez y dureza, permiten entender en cierto modo la ambición del actual campeón.
Verstappen es como es gracias o por culpa de Jos, que hizo de él un animal competitivo radical. A la mayoría de padres les costaría obligar a sus hijos a subirse a un kart, con las manos atenazadas por el frío. “Dejé la furgoneta encendida para que, después de diez vueltas, pudiera ir a calentarse un poco. Al cabo de tres minutos me di cuenta de que no volvía”, añade el excorredor. “Apenas podía mover los dedos, pero me daba igual”, prosigue Jos, que con episodios como este se ha ganado la etiqueta de inquebrantable, esa misma que ha transmitido a su hijo, y esa misma que ayudó a Mad Max este fin de semana en Bélgica a dejar claro que no hay nadie en la parrilla actual que pueda medirse en corto.
Te lo cuenta Oriol Puigdemont. Puedes leer la crónica de la carrera completa en este enlace.