El Salvador se ha paralizado este sábado por completo para presenciar la toma de posesión de Nayib Bukele, el presidente que gobernará la nación centroamericana al menos por otros cinco años. Las vías de San Salvador se han vaciado de coches y viejos autobuses, los edificios de oficinas han apagado los ordenadores y las máquinas de café y los comercios han bajado la persiana por orden de las autoridades. Trabajar hoy supone un pecado, una distracción de lo realmente importante. El Congreso, que maneja su partido, ha declarado día de fiesta remunerado para todo el mundo: los ojos de un país entero deben estar posados sobre un solo hombre, Nayib Bukele.
Se ha vuelto común decir que si a alguien se le cayese el teléfono móvil en la calle podría volver dos días después y lo encontraría en el mismo sitio. Nadie se atreve a cometer un delito en el país que ha diseñado Bukele, un lugar donde ya no queda ni rastro de los pandilleros que atemorizaron durante décadas a la población y que ahora se encuentran encerrados en cárceles de máxima seguridad en las que no entra ni un rayo de sol. Casi en cada esquina se apostan las 24 horas del día militares y policías con armas de guerra. A cambio, El Salvado ha vivido un deterioro de los derechos humanos y un retroceso de las libertades civiles. El presidente y el núcleo de poder que le rodea, entre los que se encuentran sus hermanos -todos hijos de un padre polígamo-, copan casi todas las instituciones del Estado y han forzado las costuras de la Constitución para que Bukele pudiese presentarse a la reelección, lo que hasta ahora estaba prohibido.
Su omnipresencia resultan abrumadora. En la salida del aeropuerto internacional del país, el San Óscar Arnulfo Romero, se ha levantado una réplica de su despacho, con dos butacones grises con reposabrazos dorados, el escudo de la república en la pared y un retrato de Bukele con la banda presidencial y un pañuelo azul que le sobresale de un bolsillo de la americana. Los viajeros hacen cola para tomarse una foto y subirla a las redes sociales. Mientras, los aviones de los dignatarios internacionales aterrizaban en las pistas de asfalto achicharradas por el sol y rodeadas de montañas. La llegada del Rey de España, Felipe VI, generó una enorme expectación. Le siguieron el presidente de Argentina, Javier Milei; el de Ecuador, Daniel Noboa; y Donald Trump Jr, el hijo del candidato republicano que acaba de ser condenado por usar dinero de la campaña electoral para comprar el silencio de una actriz con la que mantuvo relaciones sexuales extramatrimoniales. Esta última visita resulta especialmente elocuente: Bukele, muy a menudo, recibe el apoyo de influencers de extrema derecha estadounidenses, que ven en él el ideal de mano dura y autoritarismo cool.
En estos cinco años, a través de constantes regímenes de excepción decretados por el Congreso, sacó a los militares a la calle y detuvo a miles de jóvenes que han acabado en prisión, algunos de ellos con muchos homicidios a sus espaldas, pero otros solo por llevar en la piel el tatuaje equivocado o bajo cargos con poco sustento. Entrar en este sistema judicial supone adentrarse en un laberinto del que hay pocas salidas. Los abogados no consiguen contactar con sus clientes y no pueden preparar la defensa. Las organizaciones de derechos humanos han presentado informes demoledores sobre la falta de garantías procesales, así como algunas investigaciones periodísticas también lo han puesto al descubierto. Sin embargo, nada de esto inquieta a los electores, que le dieron un respaldo unánime a principios de febrero. La oposición fue arrasada, desactiva, se evaporó casi por ensalmo. El peso político de un país entero descansa sobre los hombros de una sola persona, un hombre de 43 años de origen palestino que se ha propuesto refundar El Salvador, a la manera de los grandes libertadores de Latinoamérica. Los que lo han tratado de cerca coinciden en que esas ideas grandilocuentes concuerdan con su personalidad narcisista.
Desactivadas las mafias locales por su férreo combate contra el crimen, Bukele se enfrenta en este segundo periodo a graves problemas económicos. La capital se ha llenado de construcciones imperiales, parques y estadios levantados durante su gestión. Ahora llega el momento de cuadrar las cuentas. “Este es un país peor en términos fiscales que cuando él llegó. Debe enfrentar consecuencias de sus gastos y su deuda. Queda muy poco margen de maniobra para saber de dónde va a sacar el dinero en este quinquenio. Toca pagar a inversionistas internacionales, como los eurobonos, o la deuda de pensiones. Estamos a la expectativa de si va a subir impuestos o recortar gastos: las dos cosas implican situaciones complejas para la población”, alumbra la economista independiente Tatiana Marroquín.
Para algunos, el hecho de que asuma un nuevo mandato pese a los frenos constitucionales convierte su investidura en una farsa. “Es completamente ilegal e inconstitucional”, dice por teléfono Ingrid Escoba, directora de la organización Socorro jurídico humanitario. “La reelección presidencial no estaba permitida y, por tanto, lo que sucederá este 1 de junio no puede ser reconocido. Lo único que se consolida en una dictadura autoritaria que ya amenazó con refundar el país. Lo grave es que dicha refundación es a la medida de la burguesía comercial que representa Bukele, sus familiares y achichincles. Para el pueblo, solo habrá una enorme pérdida de derechos humanos”, agrega.
Bukele ha recibido con especial afecto a Noboa, su espejo en Ecuador. Ese presidente, de 36 años, es de su misma generación de su colega, ignora de igual manera a los medios de comunicación tradicionales, y ambos provienen de familias ricas. Noboa también gobierna su país con decretos de excepción y no duda en tomar medidas que vayan en contra de la ley, como hizo con el asalto a la embajada de México en Quito. La popularidad de Noboa no llega a los índices de la de Bukele, pero por ahora mantiene unas cifras que le convierten en favorito para las presidenciales de 2025. Imitar la manera de gobernar El Salvador le está dando réditos políticos, aunque suponga de alguna manera tantear el contorno exterior de la democracia. Esta fórmula posmoderna y rupturista, edulcorada con filtros de Instagram, ha traído hasta aquí a Bukele. Y él quiere que todo el mundo lo vea y lo aprecie. Por eso, este sábado, en El Salvador, está prohibido trabajar: toca encender la televisión y observar atento su entronización.
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